martes, 28 de enero de 2014

EL SIRVIENTE ( 1963)


    Película rara, extraña, en ocasiones incomprensible por la infinidad de matices que van apareciendo en una historia que por momentos resulta siniestra y retorcida. El guión del dramaturgo Harold Pinter transmite un gran desasosiego, inquietud y suspense y nos acerca a un relato  de dominio y sumisión psicológica y sexual muy sutil, en el que las convenciones sociales saltarán por los aires. A destacar esas pausas, esos silencios que dicen mucho más que cualquier diálogo, un clásico en el autor británico. Hugo Barret ( Dirk Bogarde), mayordomo, entra a servir en la casa de un joven de buena posición social, soltero pero comprometido,  arquitecto lleno de proyectos, vivaz y trabajador, en el sofisticado barrio londinense de Chelsea. El joven, Tony ( James Fox) parece seguro de sí mismo, con una personalidad arrolladora, conquistadora. Y, sin embargo la llegada de este extraño mayordomo va a ser clave en un descenso a los infiernos en los que Tony será un simple títere en manos de Barret. Tony es lo que se dice un triunfador y pertenece al establishment londinense, se codea con la aristocracia británica y presenta sus proyectos arquitectónicos para la India a varios de sus protectores.  Goza con el privilegio de una bella pareja a la que ama y respeta. Pero no puede ni imaginar que el sirviente que ha contratado para su apartamento se va a ir apoderando de su vida. Este personaje oscuro solo es percibido en su completa personalidad por Susan (Wendy Craig), la novia de Tony. El ambiente opresivo que se respira en la casa es otro de los protagonistas clave, un ambiente que se percibe, casi se respira a lo largo del metraje.

   Tony será sutilmente diseccionado por Barret, como si de un animal de laboratorio se tratase. Incluso logrará eliminar a la molesta Susan introduciendo en la casa a una supuesta hermana que en realidad es su amante. Esta dulce pero tosca chica llamada Vera( Sarah Miles) seduce al dueño de la casa, lo atrapa como una araña en su red. Finalmente Tony será reducido a cenizas y convertido en el monigote que Barret deseaba, un servidor de sus deseos más oscuros. Poco podrá ya hacer Susan cuando encuentra a una persona destruida, vilipendiada, humillada y sumisa  a los designios del malévolo Barret. Aunque tampoco cabe desdeñar la propia fragilidad del dominador, que será ostensible en diversos momentos del film, en el que el sirviente sufre ataques de ira e irritación ante su propia debilidad.

  Partiendo de este intenso drama psicológico, el director, Josep Losey, consigue durante buena parte del metraje tenernos en vilo, sufriendo por los avatares de la pareja protagonista. Sin embargo la película, que recibió excelentes críticas en su momento se hace bastante tediosa por momentos y excesivamente previsible llegando a la parte final en un estado casi comatoso que no consigue remontar el vuelo. Todo lo contrario, es un final ambiguo donde no sabemos de verdad si lo que vemos es más un relato onírico o real, en todo caso poco convincente. Porque hay momentos en los que parece que el varonil Tony está perdiendo los papeles por el mismísimo Barret. Esa ambigüedad suponemos que estará bien recogida en Pinter, pero en la película no está bien lograda, es demasiado corriente y simple.


  Su trabajo de dirección es más que correcto porque consigue con esta película su obra más representativa y creativa. La mayoría de escenas en interior, sabe manejar la cámara en innumerables situaciones de riesgo, con planos y encuadres hiperexpresivos, muy atractivos. A ello se añade la acertada fotografía en blanco y negro de  Douglas Slocombe, que juega con la luz y la sombra, la sinuosidad de los movimientos de cámara y los espejos circulares que distorsionan las figuras y que están presentes durante toda la película.  Se consigue de esta manera esa atmósfera de vicio y claustrofobia que hemos comentado. La música de Jonny Dankworth acentúa ese ambiente casi irreal que se crea en la casa de dos plantas.
   Destaca también en la película el excelente trabajo de los actores, en especial un Dirk Bogarde en el papel del sirviente, el mayordomo Hugo Barret que posiblemente interpreta el papel de su carrera, a pesar de otras apariciones estelares. Es significativa su mirada, en este caso anticipándose a las líneas de diálogo y, en ocasiones, contradiciéndolas. Esta película no sería la misma sin la interpretación de Bogarde y sin su mirada, inquietante y febril.  Como curiosidad mencionar que Bogarde dirigió personalmente partes de la película en sustitución de Losey, enfermo temporalmente .Jamex Fox está también soberbio en su papel, interpretando a esa personalidad que se va moldeando y acaba sucumbiendo a los designios de Barret. Sharah Miles también borda su actuación con un papel en el que el componente provocador y erótico está presente en todo momento.
  
  Temas como la sumisión, el deseo e incluso la homosexualidad son abordados de manera muy sutil y en exceso ambiguo, sin mucha valentía aunque hay que tener en cuenta la época en la que nos encontramos. No obstante Losey consiguie así firmar una obra que tal vez sea una rara avis dentro del cine británico de los sesenta. Quizás se podría esperar más, sobre todo con ese final tan ambigüo pero quizás la obra de Pinter busque deliberadamente esa premisa.  Un cine tremendamente decadente, extraño y transgresor en ese sentido que nos puede dejar perdidamente indiferentes ante lo que acabamos de presenciar.

lunes, 27 de enero de 2014

Z. (1969)



   Una de las obras  maestras de la filmografía de  Costa-Gavras, la película que lo catapultó a la fama dentro del género con el que más se identifica, el cine de denuncia política. Asímismo, su film más premiado y valorado, con hasta 19 nominaciones en diferentes festivales que dejan constancia del impacto que en su momento tuvo así como de su calidad. Es cierto que la película constituye todo un alegato contra el totalitarismo ejercido por gobiernos dictatoriales, en especial aquellos de la segunda mitad del siglo XX dirigidos por militares, incluso aquellos que se autoproclamaban democráticos pero que además de votar cada cierto tiempo, poco más tenían de ello. Vemos los caracteres propios del fascismo de estado en sus inicios, digamos en sus primeros pasos, es decir, un fascismo en el gobierno que permite  la existencia de oposición pero que la reprime directa o indirectamente, a través de organizaciones paramilitares o políticas a la sombra del poder. Es por tanto en ese sentido una película  también atemporal puesto que lo que denuncia se sigue produciendo y, por desgracia, seguirá ocurriendo en muchas naciones del mundo.


   Z es una obra de denuncia de todo eso, sirviéndose de un país imaginario aunque, y esto no es revelar nada, deja entrever la situación de la grecia de los años 60, controlada por los militares y más tarde aprisionada en la dictadura de los coroneles. Un líder opositor de un partido de izquierdas y pacifista, Z, es asesinado en plena calle durante la celebración  de un mítin político. Z era un hombre carismático que arrastraba a las masas y, plenamente consciente del riesgo que corría al celebrar la conferencia en aquella situación, vemos como el gobierno, que se supone democrático, no hace nada para evitar el atentado. Muy pronto vemos como detrás del asesinato está un grupo secreto de extrema derecha que cuenta con el beneplácito del ejecutivo. Pero incluso en aquella situación, en la que las libertades están coartadas por un gobierno elegido democráticamente que impide a la oposición desarrollarse plenamente y en libertad, surge la figura de un juez independiente que se atreve a hacer su trabajo. Y con su trabajo, con sus pesquisas, va emergiendo a la luz la clara conspiración que llevó al asesinato político del diputado opositor. Alrededor de este caos generado por el crimen emerge también la figura de un periodista indagativo, que hace más fotos de las convenientes y que, gracias a su sagaz labor, permite poner a disposición del juez de instrucción una serie de pruebas irrefutables. Cuando la justicia comienza a trabajar en libertad y a detener a los verdaderos responsables ese poder gubernamental supuestamente democrático dejará de disimular e impondrá la dictadura total y absoluta.

   Por tanto lo que construye Costa-Gavras en un frenético thriller político que se decanta claramente por la denuncia de las dictaduras militares de extrema derecha. No lo esconde ni trata de ser hipócrita: toda la narración, el guión, está centrado en una historia basada en hechos reales aunque trate de enmascararlo en un país imaginario. Costas denuncia su Grecia natal basándose en el asesinato del político griego Grigoris Lambrakis en 1963. La novela del escritor Vassilis Vassilikos sirve de base para el magnífico guión de Jorge Semprún ( que fuera ministro de cultura en los primeros gobiernos socialistas de Felipe González). Es una visión amarga y a la vez satírica, cómica de la dictadura militar griega, a la que denuncia implícitamente. La película tiene un prólogo y un epílogo que son escalofriantes. El prólogo es clarificador  ya que  los jerifaltes de esa dictadura no declarada se reunen en secreto con el objetivo de desacreditar y desactivar a la oposición izquierdista, tolerada pero reprimida. Allí deciden que hay que cortar por lo sano. El desarrollo de la historia es trepidante y escalofriante al mismo tiempo, vemos con que impunidad actúan los sicarios de la extrema derecha, tolerados por el poder. Tras el asesinato ante testigos, el gobierno trata de hacerlo pasar por un accidente, un simple atropello. Pero nosotros sabemos que no es así, que su cráneo ha sido reventado a propósito ante la mirada pasiva de la policía. Entonces aparce el fotógrafo mirón e irrespetuoso que todo lo registra ( vemos una crítica poco disimulada del periodismo sensacionalista)  y el juez instructor que decide por su cuenta y riesgo investigar la verdad a pesar de las advertencias del poder ejecutivo. El epílogo es sencillamente descorazonador y tremendamente realista o ¿es qué pesábamos que un poder omnímodo iba a permitir la detención y encarcelamiento de sus propios líderes?. Vemos el desenlace histórico: el golpe de estado de los coroneles, en 1967 que acaba con los restos de aquella corrupta democracia que no era tal. Mejor el original que la copia, podrían haber dicho los militares. 

  El trabajo de dirección no es tan importante, lo que cuenta es el documento histórico que narra, que sirve de denuncia. Gavras se centra más en este aspecto y descuida otros elementos formales del lenguaje cinematográfico, creando siempre en sus películas ambientes quasi documentalescos donde lo importante es el mesaje. No obstante hace uso de una variedad de recursos técnicos narrativos y técnicos, con contínuos saltos temporales, utilización de  planos cortos, generales y primeros planos, uso contínuo del  zoom logrando de esta manera centrar mucho más la atención del espectador en determinados momentos dramáticos o personajes individuales. Con todo ello logra aquí su trabajo más logrado, su obra icónica, que no ha enevejecido todo lo bien que debiera puesto que resulta demasiado pesada por momentos, un tanto lacónica y algo inverosímil aunque sabemos de antemano que estamos viendo algo basado en hechos verídicos.

  Los actores están magníficos. Se creen sus papeles y logran trasmitir su angustia y su lucha cotra la persecución implacable del poder autocrático logrando hacernos creíbles esos personajes entre los que destaca por encima de todo un dignísimo Yves Montand como Z, el pacifista político asesinado ante las obscenas y pasivas miradas de los servicios de seguridad y un excepcional Jean-Louis Trintignant en el papel del juez instructor que va evolucionando, primero aparece como dócil al servicio del poder y después lo vemos como digno acusador de la indecencia y corrupción de un régimen bastardo. Irene Papas, en el papel de Hélène, la esposa engañada de Z, realiza una pequeña aportación casi testimonial, sin diálogos, pero su sola presencia llena la pantalla, muda ante los sucesos que están aconteciendo a su alrededor. No son los únicos que rozan a gran nivel puesto que en general, incluso aquellos que interpretan a unos personajes mitad siniestros mitad ridículos, hacen un buen trabajo.

  Una buenísima banda sonora de Mikis Theodorakis pone el colofón a este auténtico documento histórico , a una joya necesaria como casi todas las obras del director greco-francés. La frase que aparece en los títulos de crédito, al principio, es del todo esclarecedora de ese cine comprometido de Costas: "Cualquier parecido con la realidad no es fruto del azar, es voluntario", todo un manifiesto de intenciones, de compromiso ante la verdad, ofenda a quien ofenda. No en vano ha sido un director maldito para un determinado sector de público y crítica poco adscrito a un cine político descarnado, sin concesiones al capitalismo duro.

domingo, 12 de enero de 2014

EL MILAGRO DE ANNA SULLIVAN (1962)



    Anna Sullivan es el espejo en el que deberíamos mirarnos todos aquellos que hemos pretendido y logrado dedicarnos a ser educadores. Porque ella, encargada de enderezar y sacar adelante a una niña sordociega absolutamente rebelde y maleducada por su familia, es un ejemplo de superación. En un orfanato desde pequeña y medio ciega, consigue labrarse una carrera como maestra. Y su gran reto vital llega cuando la contratan para educar a Helen Keller, una niña que a los pocos meses de nacer sufrió unas fiebres ( posiblemente una meningitis) quedando sorda y ciega para el resto de su vida.  Ella es tenaz, segura de que lo único que puede salvar de la total oscuridad a Hellen es el aprendizaje de unos modales que le acerquen a ser un auténtico ser humano, primero aprendiendo a controlar sus rabietas y, después logrando asimilar el alfabeto y la lengua con la que poder comunicarse. No en vano la película está basada en la historia real de sus personajes y  hay que decir que Hellen Keller fue la primera mujer discapacitada que logró graduarse en una universidad, llegando a escribir sus memorias.  Anna es una mujer valiente y convencida de lo que hace aunque es muy frágil. Anne Bancroft es Anna Sullivan, en una interpretación magistral, soberbia, merecedora de ese Óscar de la academia. Con sus gafas tintadas y sus lavados oculares, con su fuerza de voluntad ( porque motivos para tirar la toalla no le faltan), en una sociedad eminentemente machista y clasista (vemos la esclavitud en el sur de los Estados Unidos, mucho después del final de la Guerra de Secesión) logra hacerse con el control de su vida y, lo que es más importante, de la vida de esa niña que a fuerza de mimos y consentimientos había devenido en una especie de mascota para toda la familia.

    Desde el momento en que Anna llega a la mansión colonial en la que se encuentra con Helen saltan las chispas. La verdad es que es un duelo en toda regla, en ocasiones tremedamente angustioso y doloroso para el espectador, pero un duelo maravilloso y singular. Helen, interpretada por una magnífica Patty Duke, una niña que ganó el Óscar con esta interpretación en la que solo pronuncia una palabra en toda la película pero en la que realiza una brutal labor interpretativa que derrocha una tremenda energía, es un ser sin educación,con el alma ensombrecida por su propia familia, que en principio no la considera como digna de convertirse en un ser social pleno, planteándose en muchas ocasiones dejarla en una institución para retrasados mentales. Pero ella no es tonta, ni mucho menos. El problema es que no ha sido educada, pero gracias a su esfuerzo y la lucha de Anna Sullivan logrará mostrarse como lo que es, una chica inteligentísima y vivaz, que poco a poco llegará a las más altas cotas que la vida le dé ( aunque de esto ya no seamos testigos).

  El guión, firmado por Willian Gibson es muy bueno, basado en su propia obra de teatro, logra establecer, tanto mayoritariamente en los interiores como en los exteriores, momentos de gran dramatismo y dureza, de una fuerza vital extraordinaria. La fotografía, en blanco y negro, del cineasta cubano Ernesto Caparrós, es maravillosa. Logra un gran contraste entre los interiores donde se desarrolla la acción dramática ( lúgubres, ocuros, llenos de sombras y luces que se cuelan por las ventanas) y los exteriores muy luminosos, casi paradisíacos. La música de Rosental que escuchamos muy presente en todo el film es muy dramática, destacando esos momentos de enorme tensión, casi desgarradora.

   El director, Artur Penn, realiza aquí una de sus mejores obras. La cámara no para de moverse, buscando ángulos que acentúen el dramatismo, tanto en el exterior como en el interior de la casa y del cobertizo adonde Anne se lleva a Helen para vivir solas. Hay planos cenitales, americanos, medios, primeros planos, contrapicados que le dan gran dinamismo a la escena aunque lo que predomina son los planos generales de la habitación que le dan ese toque teatral a todo el conjunto.

   La película en conjunto es emocionante, sobre todo cuando Anne, redimiéndose de su complejo de culpa por la muerte de su hermano en el orfanato, saca lo mejor de sí misma y consigue convertir a una persona incivilizada, casi un pequeño salvaje de Truffaut, en un ser humano pleno y libre. Romper el aislamiento, la pequeña burbuja en la que un ser discapacitado jamás debe encerrarse. Una película que saca lo mejor de la condición humana, emocionante y tierna.

jueves, 9 de enero de 2014

BABY, TU VALES MUCHO (1987)

   Entrentenida y convencional comedia para lucimiento de Diane Keaton, una de las musas del cine ochentero por antonomasia. Es una de esas películas para pasar un rato agradable, recordando aquellos maravillosos años 80 y sonriendo sin parar con la multitud de anécdotas graciosas que nos ofrece esta película que, por otro lado, sirve de documental para conocer la situación de discriminación sexista que la mujer ya padecía entonces. Da una visión sarcástica pero a su vez cargada de crítica de la lucha de las mujeres por eso que se conoce hoy como conciliación de la vida familiar y laboral. En los años 80 ya teníamos esa mujer independiente y liberada, trabajadora incansable, que podía superar en formación y capacidad a cualquier hombre pero que arrastraba ( y arrastra hoy, 30 años después) el lastre que supone su estigmatización por ser madre. Al principio vemos a J. C. Wiatt , la protagonista triunfante en su vida profesional, es líder de un despacho de abogados de la gran manzana neoyorkina, ha ganado por méritos propios su puesto e incluso infunde un enorme respeto y admiración por su tenacidad y capacidad de trabajo, unas 70 horas a la semana que le van a llevar pronto a ser socia del bufete, uno de los más prestigiosos de Nueva York. Ella se ha graduado en Harvard como la primera de su promoción, es una gran mujer pero de pronto, inesperadamente recibe una herencia envenenada: debe hacerse cargo de una criatura, de un bebé de un primo suyo de Inglaterra que apenas conocía y que ha fallecido. 

  Hasta aquí digamos, la parte seria y de denuncia social porque, evidentemente, ella va a ser rechazada y degradada cuando sus jefes descubran que ahora es madre ( aunque sea circunstancial). Y, sin embargo, aquí empieza la comedia. Desde luego para todo aquel que haya sido padre o madre o esté camino de serlo esta es su película. Porque nuestra protagonista, al principio reticente ( llega a intentar la adopción), se va a ir poco a poco enamorando de esa criatura que nos enamora a todos, por poco instinto paternofilial que tengamos. Ella va a ir descubriendo su instinto maternal y va a defender a capa y espada a su niña, renunciando incluso a su carrera profesional y a su marido ( que se niega a convivir con un niño) y abandonando la gran ciudad por una vida más tranquila en un pequeño pueblo. Compra una casa pero todo le sale mal: el invierno se le echa encima y la casa es un desastre, el pueblo le resulta odioso y a punto está de abandonarlo todo pero la pequeña Elisabeth, que así se llama, le proporcionará las fuerzas necesaria para salir adelante.

    La película no es ni siquiera una gran comedia, pero si una comedia ligera y que se hace agradable de ver como decimos. No cabe duda que las peripecias de esta madre, con un gran trabajo cómico de la Keaton, nos logra emocionar, sobre todo cuando vemos a ese pequeño bebé que no para de "maquinar". Además ver esa escenografía, esos decorados, ese Nueva York, esos trajes y peinados nos aseguran una vuelta a los 80 que si bien demuestra que la cinta no ha envejecido nada bien, a aquella generación en concreto nos devuelve una sincera sonrisa. Una película entretenida para desconectar un poco aunque hay momentos en que el guión resbala bastante, sobre todo cuando la chica conoce al chico y todo se vuelve francamente convencional pero tampoco podemos pedir mucho más.  Al final, como era de esperar, triunfará el amor incondicional por esa ricura de bebé aunque la moraleja suene un poco arcaica: teniéndolo todo a su favor para regresar triunfal renuncia a todo para ser una buena madre. Es lo que hay.

martes, 7 de enero de 2014

MISSING (DESAPARECIDO) (1982)

   Terror, impacto, crimen, thriller, dictadura, fascismo. Todo eso y mucho más representa el cine político de Costa-Gavras, uno de los cineastas más comprometidos con sus ideales, siempre atento a denunciar en sus películas los desmanes del modelo capitalista y el criminal contubernio entre el imperio norteamericano y las dictaduras más abyectas de América Latina en la segunda mitad del siglo XX. Quizás el mejor resumen de toda la película se encuentra en las palabras del embajador americano en Santiago de Chile. Este, en los días  posteriores al Golpe de Estado de Pinochet, enmedio de la barbarie desatada por los militares, salpicada de asesinatos, secuestros y torturas generalizadas contra todo lo que oliera a oposición al nuevo régimen criminal de extrema derecha, le dice a Ed Horman, un magnífico Jack Lemmon, el padre que busca a su hijo desaparecido algo así como que los Estados Unidos deben garantizar la integridad y los intereses de las más de 3000 empresas americanas en el país del cono sur. Los intereses de un país por encima de la vida de las personas. Nada más y nada menos. Es toda una declaración de intenciones. Costa-Gavras deja constancia en su cine y, en particular, en esta película  de los apoyos americanos a la dictadura pinochetista. Pero podría ser Argentina, Brasil, Paraguay o cualquier otro país americano.  Resultaba mucho más conveniente una dictadura de derechas que garantizara el orden y los intereses económicos yankies que un inestable e izquierdista (un comunista en la retorcida visión de Kissinguer) Salvador Allende. Dicho y hecho. El 11 de Septiembre de 1973 los militares chilenos, al mando del general Pinochet derrocan al gobierno democrático de Allende, imponiendo una dura dictadura militar que gobierna con mano de hierro el país y lleva a cabo una persecución política contra cualquier elemento sospechoso de no ser afecto al levantamiento.

   De pronto una mujer y su suegro buscan desesperadamente al marido, al hijo que ha desaparecido y que, probablemente, jamás encuentren. La historia que nos cuenta el realizador franco-griego se mueve en la línea del cine político de gran altura y se basa en esta ocasión en una  historia verídica. Charles Horman ( John Shea) es un joven escritor y articulista norteamericano de ideas liberales y progresistas que es testigo del golpe militar chileno. Se encuentra en Viña del mar junto a una amiga periodista mientras su esposa Bet ( Sissy Spacek) permanece en su casa de Santiago. Quedando atrapados y sin posibilidad de salir por que el ejército ha ocupado los principales puntos neurálgicos del país, Charles comienza a anotar en un cuaderno todo lo que ve. Cuando regresan a Santiago, enmedio de tiroteos y secuestros Charles desaparecerá. Entonces su padre Ed Hormann ( Jack Lemmon) decide presentarse en Santiago y pedir explicaciones a la embajada americana obteniendo una tibia respuesta que no invita precisamente al optimismo.  

  La película se vuelve endiabladamente entretenida y tenebrosa. Una serie de personajes deambulan por ese escenario de horror, siempre acompañados de tiroteos sin sentido ni orden por las calles de la capital Chilena. Esa banda sonora permanente, que nos sobresalta en cualquier momento del film no desmerece al buen trabajo de Vangelis. Padre y nuera están enfrentados, son de ideologías diferentes. Ed es conservador y piensa que su hijo ha obrado mal acercándose a sectores liberales y señala que "tenemos que defender nuestro modelo de vida". Bet le contradice, afirmando que no hacían nada malo.  Y así era, solo fueron demasiado "curiosos", algo extremadamente revolucionario para los fascistas de toda la vida, los de viejo y los de nuevo cuño. Resulta muy destacable la evolución de Ed, lenta y sin retorno, del hombre mayor y conservador ante el empuje de la barbarie nazi, como es descrito el régimen de terror que se ha impuesto en Chile por uno de los protagonistas. Ed acabará viendo la realidad de lo que hace su querido país, su adorada democracia, apoyando a criminales que secuestran y matan a jóvenes por su ideología. Su agotador  e interminable periplo por hospitales, albergues y diversos puntos de la capital son una pérdida de tiempo. La imagen del Estadio Nacional de fútbol, como si de un descenso a los infiernos se tratase, lleno de detenidos y torturados es estremecedora, las salas atestadas de cadáveres identificados y sin identificar nos remiten a una no resuelta Guerra Civil. Todo eso produce el lento cambio en la mente de Ed...y en la nuestra,  quedando desbordados ante la crudeza de lo que está pasando ante nuestros ojos.


   Ellos se darán de bruces con múltiples trabas administrativas, incluyendo las de su propia embajada, a la que en principio acuden y dan crédito pero que se verá  como un impedimento para la búsqueda más que una solución. La mentira y el embuste para acallar a esta familia desgraciada que ha perdido a uno de sus seres queridos se vuelve moneda común. La tragedia nos invade, con una sensación de derrota total y absoluta. El guión es magnífico pues sabe captar el cruel infierno en el que convierten Chile los facciosos militares y la evolución de las conciencias de los protagonistas, llenas de sensaciones emocionales muy profundas. Es un guión panfletario, pero ¿podía ser de otra manera?. La fotografía es brumosa, acentuando la sensación de desazón, el miedo, la pérdida de esperanza no ya de una familia sino de todo un pueblo.  

  Las interpretaciones son fabulosas, en especial la de un Jack Lemmon al que descubrimos como un actor dramático extraordinario. Es ese padre que evoluciona dentro del drama absoluto en el que se ve inmerso y, feroz y austero, lucha por su único hijo aunque este se hubiera desviado de su ideología primigenia. La nuera, Sissy Spacek también interpreta un papel dramático lleno de fuerza y coraje, primero enfrentándose al padre de su marido y después, con soberbia dignidad, a los embustes de todos los que les hacen creer que lo que ven no es cierto. En realidad todos hacen creíbles sus papeles porque Gavras consigue montar una película casi documental, hiperrealista,de los sucesos acaecidos aquellos días, parece que estemos viendo las noticias o un "informe semanal" de aquel horror, lo cual da mucha mayor veracidad a todo lo que vemos y nos pone los pelos de punta sin descanso, hasta el desenlace final que no por previsto se hace más indigesto a nuestra plácida tarde de cine.

    El director de "Z", esa extraordinaria obra de denuncia política, aprovecha un hecho verídico, la desaparición de un joven escritor americano para narrar lo que a él más le gusta: la barbarie de un modelo inhumano y cruel y el apoyo miserable de la nación que dice defender los derechos humanos a un régimen tiránico. Un auténtico alarde de hipocresía y un film verdaderamente necesario. Una lección magistral de Costa-Gavras.


-FICHA TÉCNICA:

miércoles, 1 de enero de 2014

CARAMEL ( 2007)


  Caramel es un dulce manjar, un cine fresco y sencillo, sin pretensiones. Sin ser un habitual del cine no occidental, en ocasiones ciertas películas en ocasiones muy premiadas en festivales de todo tipo y condición incitan a asomarse a ese otro cine, el que se hace en Asia, sudamérica  o, como en este caso, en Oriente Medio. Y nos encontramos con toda una bocanada de aire limpio y puro. Algo difícil de encontrar por estos pagos. La historia se desarrolla en Beirut, Líbano, en un salón de belleza ubicado en un pequeño barrio cristiano y que es un verdadero refugio de la feminidad, donde nos encontramos como en una pecera en la que el tiempo está detenido y no solo dentro de la peluquería. Todo parece viejo, antiguo, como de los 70's. La acción principal se situa en un salón de belleza en donde hacen caramelo con azúcar en una sartén para que sirva de cera, para arrancar entrecejos y  depilar lo que se tercie.

  Cada una de las chicas del salón tiene una vida y unos problemas que arrastran consigo: Layale (Nadine Labaki) ha cometido el error de enamorarse de un hombre casado. Nisrine ( Jasmine Al Massri) está prometida y con fecha de boda pero no es virgen, lo cual siendo musulmana es un gran problemón. Jamel (Gisele Aouad) es la típica cuarentona tirando a cincuentona que se resiste a envejecer y hace mil y una perrerías para aparentar lo que no es, se presenta a cástings para actriz pero nunca la cogen, se le nota el papel celofan estirando sus sienes entre el pelo. Rima (Joana Moukarzel) también tiene un serio problema: es lesbiana, en un mundo homófobo.  Finalmente Rose ( Siham Haddad) es una mujer mayor que se dedica a arreglar trajes y a cuidar de una hermana demente que se escapa ocasionalmente de la casa y que le hace la vida imposible. Cuando encuentra al amor, un anciano que le va como anillo al dedo, Rose deberá elegir entre este y la sempiterna hermana, otro dilema que pone en peligro el delicado equilibrio de un alma delicada. 

    Sus problemas se van poniendo sobre el tapete, como en una partida de naipes que se entremezclan en esa mesa de juego que es la peluquería. La película se mueve en el ámbito privado de la feminidad, es una película de mujeres en un país en donde la mezcla de religiones y tradiciones lastran mucho las posibilidades de arreglo de todos esos pequeños dramas personales. Lo cierto es que vemos muy bien cómo es la sociedad libanesa, como una puerta entre la modernidad y lo retrógrado y se muestra como un magnífico documento.  En realidad todos estos personajes sufren pero también experimentan momentos de alegría y gozo. 

  El trabajo de la directora Nadine Labaki es muy meritorio, firmando un estupendo producto de autor, arriesgado y valiente. Además de firmar el guión, interpreta uno de los papeles más destacados de la cinta. Utiliza muchos primeros planos que acentúan las facciones y los sentimientos de los protagonistas. Estos se ven entremezclados con largos silencios, como espacios temporales de reflexión, de intento de arreglo, de solución al bloqueo en el que se encuentran estas mujeres tan diferentes entre sí, pero amigas al fin y al cabo. Las imágenes del interior crean un mundo muy particular y, por encima de todo, está el salón de Caramel, que se empapa de un cierto espíritu de melancolía acentuado por la luz que tamizada por las cortinas de colores y por la música nos envuelve en ese lugar a la vez real y surreal, vivaz y mortecino, alegre y lleno de desesperanzas.

  Todas estas mujeres que deambulan por este peculiar fresco libanés rayan a una gran altura interpretativa. También los hombres, en especial ese policía enamoradizo. Lo que vemos es, en fin, una película social con matices de comedia aunque con muchos momentos  agridulces ya que Labaki apuesta por el realismo y las contradicciones de un país reflejadas en un pequeño barrio cristiano de Beirut. Y es que el caramelo que tan dulce puede llegar a ser puede dejar también un poso de amargura, de historias mal cicatrizadas que acaban por enquistarse si no se logra romper la barrera que impone una sociedad todavía eminentemente retrógrada.
 
  


-FICHA TÉCNICA.